El gran fenómeno de la revolución industrial
del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX ocasiona en Asturias un
enorme cambio de vida tanto en lo económico, como en lo social
y cultural. Los sistemas de vida
tradicionales se adaptaron a la nueva época y lentamente fueron
desapareciendo.
Lo tradicional se vuelve típico y lo típico
a su vez tópico, quedando la imagen de nuestra antigua cultura,
relegada a la estampa de lo idílico, reflejada en las postales
"Recuerdo de Asturias" y no a la realidad social y cultural
de lo que fue la vida de nuestros antepasados.
Uno de los puntos más importantes en los estudios
de etnografía y folclore es la investigación y reconstrucción
de la indumentaria de nuestras gentes, desde tiempo atrás, hasta
este momento globalizador llevado por lo estándar y las imposiciones
comerciales.
Los modos de vida del pueblo eran parecidos en las diferentes
zonas y países europeos y la indumentaria popular de los mismos
presentaba grandes similitudes.
El traje popular era espejo de las condiciones sociales
de quien lo usaba, de su entorno, necesidades y, en definitiva, de las
trabas económicas y recursos que le imponía su modo de vida.
La indumentaria popular nos refleja época, influencias, ocupación,
posición económica y edad de su usuario.
El sentido común nos indica que las gentes del
pueblo no vestían todas igual, aunque coincidían en matices
según el gusto de la época, las modas locales, el uso del
vestido, los materiales o las edades.
A principios del siglo XX vestir de este modo era considerado
un signo de atraso y de pobreza. La indumentaria femenina resistió
más al empuje de las nuevas modas que la masculina, que se fue
introduciendo en ellas de modo más rápido, sobre todo con
la llegada del arranque minero y siderúrgico. Así, en los
pueblos fue común el uso cotidiano de estas ropas durante las primeras
décadas del siglo XX, y a partir de ahí solo los mayores
las siguieron utilizando de modo natural.
La gente vio desaparecer la indumentaria de sus antepasados
tras la Guerra Civil, ante la carencia de tejidos y dinero, las ropas
se vendieron o cambiaron por artículos de primera necesidad o simplemente
se deshicieron convertidas en otras prendas más modernas. Pero
muchas veces la desaparición de estas fue debida a la poca importancia
que se les daba, más que a la propia necesidad.
El intento y objetivo de todos aquellos que de una u
otra forma nos interesamos por la cultura tradicional de Asturias y en
particular del estudio de la indumentaria tradicional no es otro que lograr
se emplace este en el puesto que le corresponde, potenciando el uso del
mismo en las ocasiones que este lo merezca, contribuyendo de este modo
a su conservación, consiguiendo así que ni nosotros ni las
próximas generaciones desconozcan la cultura y realidad de aquellos
que nos precedieron en nuestra comunidad.
DE LAS TELAS Y TEJIDOS
El lino, fue en Asturias, una fibra importante para la
confección de diversas prendas de uso cotidiano en la vida de las
gentes de nuestros pueblos; su elaboración, desde la recogida de
la fibra hasta su posterior transformación en tejido, es muy parecida
a la usada en toda Europa.
Al llegar al mes de Septiembre y cuando empezaba a amarillear,
era el momento de arrancar las plantas, formando manojos, seguidamente
se les quitaba el grano que había de servir de simiente para la
siguiente cosecha; esta operación, llamada debaga, se realizaba
pasando los manojos por una especie de peine e madera de grandes proporciones
o simplemente golpeándolo. Realizado este trabajo, los manojos
se sumergían normalmente en el remanso de algún arroyo para
que fermentara la planta y así poder separar las fibras más
fácilmente; esta operación duraba varios días. Una
vez pasado este periodo se dejaba secar. A continuación se procedía
a espadar los manojos con un pequeño mazo de madera a modo de espada,
para que solamente quedara la fibra. Terminada esta operación,
las coletas de lino se pasaban por el restriellu para peinarlos. Finalizada
esta operación, estaba listo para ser hilado, para lo cual se usaban
la rueca y el fusu. En el hilado del lino era necesario humedecerse continuamente
las yemas de los dedos pulgar e índice de la mano, a fin de poder
retorcer y apretar bien las hebras y formar el hilo antes de hacer girar
el fusu.
Las madejas conseguidas se colocaban en la devanadera
para hacer los ovillos ya en condiciones para llevarlo al telar y poder
confeccionar los tejidos. Estos eran de diferente grosor y textura, según
fuese la calidad de la fibra.
La lana fue la otra gran protagonista dentro de los materiales
usados en la confección de nuestra indumentaria tradicional. Las
ovejas se esquilaban en mayo, y la lana se distribuía por clase
y calidad. Aunque el método mas conocido antes del hilado fue el
lavar y cardar los copos de lana para ponerlos en la rueca, en muchos
lugares, como aun se ve en el concejo de Caso, lo común era escarmenar
con los dedos la lana sin lavar y formar grandes copos, que aun tenían
lanolina y grasa natural, y proceder al hilado, que gracias a esas sustancias
resultaba mas cómodo y fino.
Tras elaborar la hebra simple con el fusu, se procedía
a formar el hilo doble final juntando dos hebras simples y torciéndolas
con el torcedor, que era parecido al fusu, pero de mayores dimensiones
y con un gancho que facilitaba el torcido. Con este hilo se formaban las
madejas, que se lavaban, y estaban preparadas para tejer con agujas o
para elaborar tejidos de telar.
El secreto codiciado del cultivo del gusano de seda comenzó
hace 5000 años en la China. La producción de la seda cruda
a través de la crianza de gusanos de seda, se extendió a
Corea y después al Japón y al sur de la Asia. Durante el
siglo XI los comerciantes Europeos robaron algunos huevos y semillas de
la planta de moras y comenzaron a criar gusanos de seda en Europa.
Los capullos de mas calidad se utilizaban para la elaboración
de seda devanada, la cual se obtenía, tras hervirlos, deshilando
los aproximadamente 1200 metros del hilo continuo que forma el capullo;
es decir haciendo el trabajo inverso al que hizo el gusano. Los de menos
calidad se utilizaban para la elaboración de seda cardada la cual,
una vez hervidos los capullos, se procesaba como la lana.
En la época de nuestros estudios sobre indumentaria
tradicional los tejidos de seda llegaban a Asturias, como es lógico
de suponer, a través del comercio con el exterior. Se comercializó
sobre todo con los tejidos adamascados y rasos de seda para la confección
de pañuelos y complementos de la indumentaria de mas vestir.
En los telares asturianos se elaboraron tejidos de lino
o estameñas, sayales y paños de lana de diversa calidad.
Los tejidos obtenidos se utilizaban en color natural o se teñían
gracias a tintes vegetales y minerales. Así el nogal, junto a la
cebolla, fueron los recursos tintóreos mas usados, que en combinación
otras muchas plantas y sales minerales lograban variedad de colorido en
las gamas del amarillo y el marrón. Los rojos, azules y las combinaciones
de estos con los anteriores eran de elaboración mas cara, pues
los tintes cochinilla o índigo que eran los que los producían,
eran de importación y muy costosos.
Lo más usual, era comprar telas de los telares
castellanos para la confección de prendas de más vestir.
DEL TRAJE DE LAS MUJERES
El buen aspecto de mujer saludable era el de caderas y pecho anchos.
Por este motivo el modo de vestir contribuía a potenciar estos
rasgos.
Llevaban camisas de lino o algodón con amplias
mangas y con los bajos largos a modo de camisón. Normalmente la
parte superior y la inferior eran de diferente calidad, siendo la primera
más fina y la baja más torpe. Esta última habría
de cambiarse por otra nueva debido a que se gastaba y pudría con
el tiempo, pues tenemos que recordar que las mujeres no usaban mas ropa
interior que esta camisa, y el comportamiento higiénico de la época
en nada se parecía al de hoy en día.
En los pies medias de lana o de hilo sujetadas a la
corva con ligas de cintas de colores.
Para potenciar el volumen de cadera vestían nuestras
antepasadas varios refaxos de amplio vuelo y vivos colores y sobre ellos
la saya o falda visible en su totalidad. El modo de ponerlos era en graduación
del mas largo al mas corto, para que se viesen todos. Sus medidas, largas
hasta el tobillo, llevándolas las aldeanas un poco por encima de
este, para no tropezar por el campo y un poco mas largas en las villas.
Tanto sayas como refaxos, estaban rematadas en su extremo inferior, con
un ribete de tela del mismo o diferente color que la prenda, unido a una
banda de tela que reforzaba los bajos, denominada contrapisa.
Sobre la saya el mandil, que no solo era prenda de faena,
sino también para ocasiones más festivas y ceremoniales,
estando mas adornado y lujoso en este ultimo caso y más amplio
y sencillo en el primero. Se adornaban con cintas, agremanes, terciopelos,
puntillas o flecos. En ocasiones podía llevar bolsillos, ya bien
por moda o por utilidad.
Ciñendo el tronco, una ajustada cotilla o xustillu,
en telas de lo mas colorista y variada gama. La cotilla no cerraba nunca
del todo y se ajustaba con cordones de colores rematados en ferretes que
se dejaban caer sobre el mandil a modo de adorno.
Como el xustillu resaltaba el busto, era de mal ver, sobre todo entre
las autoridades eclesiásticas, que las mujeres no se cubriesen.
Para ese fin estaba el dengue, que era una especie de esclavina de forma
circular, que se cruza sobre el pecho y se anuda en la espalda. Se confeccionaba
con paños oscuros y con reborde en terciopelos.
Como prendas de abrigo, mantones, chamarretas o toquillas
de lana.
El pelo se recogía en peinados de moño
en las mujeres mayores y en trenzas en las jóvenes, pero iba siempre
tapado por pañuelos, atados sobre la cabeza de maneras diferentes.
Los pañuelos podían ser de cuatro puntas o de tres puntas.
Los primeros se doblaban por su diagonal y al igual que los segundos se
colocaban haciendo coincidir con la frente este lado mas largo. A diario
se colocaban mas delante del nacimiento del pelo y en otros momentos de
mejor vestir, un poco mas atrás, dejando ver en ocasiones un poco
del peinado. En ceremonias, misas y procesiones tenia que colocar sobre
el pañuelo una mantilla que la cubriese. Esta era de cortes variados
y color negro con orlas en los bordes.
En cuento a los adornos portaban las mujeres pendientes
de filigrana, azabache, oro o plata, y al cuello collares de varias vueltas
con medallas, cruces y más colgantes, que anudan con cintas de
colores llamadas colonies y medidas de los santos que dejaban caer sobre
los hombros. Las cuentas de coral y las de azabache fueron las preferidas
para confeccionar los collares.
DEL TRAJE DE LOS HOMBRES
El hombre vestía normalmente calzón corto,
aunque se conocía también el largo o pantalón. El
secreto de su corte residía en la trincha de su cintura. Esta era
su verdadera sujeción y partiendo de los laterales de la misma
en su parte delantera, se unía sobre el vientre ciñendo
la prenda. Las dos piezas que formaban su parte trasera no se cosían
entre si dejando una abertura vertical que se apretaba con cordones y
ojaletes acentuando el ceñido. Las perneras tenían los laterales
abiertos y con ojales, para bien llevarlos abiertos o cerrados, dejando
ver así o no el calzoncillo interior. Este calzoncillo se confeccionaba
con lino o lienzo y era mas o menos ajustado.
En las piernas medias similares a las de las mujeres,
también atadas a la corva con ligas de colores. Lo mas usual era
llevar el calzoncillo por dentro de las medias aprovechando la sujeción
de estas ligas para ceñir el conjunto.
La camisa era de corte similar a la de la mujer pero
con cuellos más pronunciados y menos larga en el faldón.
Habitualmente se realizaban lorzas verticales en la pechera. No estaba
abierta en su totalidad por delante, con lo que había que vestirla
por la cabeza.
Sobre la camisa el xugón o xilecu, que solía
tener el espaldar de lino o de telas diferentes al paño del que
estaba confeccionado. Se adornaba en ocasiones con dibujos de acuchillados
y motivos geométricos recortados de la misma tela que los delanteros.
Ajustando el talle y sobre el xugon, la faxa, dando varias
vueltas a la cintura y protegiendo el tronco. Los colores usados fueron
el negro, morado, crudo, rojo o azul.
Los delanteros del calzón en su parte superior
no llegaban del todo al borde de la cintura y se abotonaban un poco mas
abajo permitiendo así, a pesar de la faxa, un uso cómodo,
pues carecían de bragueta.
Portaba chamarra de fuertes mangas, que cuando no la llevaba puesta la
coloca sobre un hombro, no solo por comodidad o galantería, sino
como posible escudo en las típicas paliestras o peleas, que eran
comunes entre los mozos de localidades rivales, en muchas de las romerías
populares. Se confeccionaba con costadillos curvos y normalmente tenia
la sisa abierta en su parte inferior para permitir la movilidad de los
brazos. Los delanteros eran de solapa recta y cuello alto y erguido, que
en ocasiones se reforzaba con cosidos a pespunte para proporcionarle mayor
rigidez.
A la cabeza monteras y sombreros. La montera podía
ser picona o de ala rígida o no serlo y tener el ala caída.
Fue sin duda la prenda mas representativa de la indumentaria tradicional
masculina y su uso hasta en los lugares mas insospechados, como la propia
iglesia, motivo de rebeldía y rasgo de identidad. A veces debajo
de la montera podía llevar un pañuelo de colores anudado
a modo de sudadera.
En ceremonias o representaciones de buen vestir, aparecía
el hombre con capa de amplio vuelo en paño negro. Era de corte
circular y de un largo a media pantorrilla, y con una esclavina sobre
los hombros que llegaba a cubrir los codos. El cuello alto y rígido.
Relojes, cadenas, rosarios, alfileres obsequio de las
mozas en alguna galantería, esvotos o medallas complementar su
buen vestir, al igual que los palos y garrotes, que casi siempre llevaban
a las fiestas.
DE LAS VARIANTES
En la época de uso de esta indumentaria, hasta
finales del siglo XIX y principios del XX, las diferencias entre las distintas
zonas de Asturias, no eran tan notables como cabria esperar. Las modas
locales atendían a particularidades de colorido, algún corte
o pequeñas variantes. Las diferencias estaban mas marcadas por
la posición social y por el uso que se le diese a la ropa que por
pertenecer a un lugar concreto. No seria lo mismo una ropa para el uso
de trabajo diario que para casarse, ni para asistir a una ceremonia, ni
vestiría con igual lujo un pastor que un cacique.
Por otro lado las fronteras culturales fueron e irán
siempre por otro camino que las políticas. De ese modo en las zonas
limítrofes con otras comunidades existe un solapamiento cultural
que también se ve reflejado en la indumentaria tradicional.
En las comarcas astur/leonesas se ve claramente representado
este intercambio de usos y costumbres que durante tanto tiempo hermanó
a estos dos pueblos. Vemos en este caso la mujer vistiendo “manteo”
de corte cónico que cubre los “refaxos” de cintura
para abajo. En estudios de este siglo se le atribuía el uso exclusivo
del “manteo” a las Vaqueiras de Alzada, pero aunque estas
también lo utilizaban no fueron sus únicas usuarias, sino
que simplemente permaneció mas tiempo entre su indumentaria que
en el resto de asturianas.
A finales del siglo XIX comienza un fenómeno bastante
generalizado en toda Asturias. Los jóvenes de familias de peso
en la comunidad, participan en las fiestas patronales de los pueblos en
actos mas o menos protocolarios. Para este fin comienzan a utilizar el
traje tradicional de modo testimonial y adaptándolo a reflejar
su posición económica y cargándolo de toques de su
moda burguesa en aquel momento.
Donde más se hizo notar, sobre todo por lo pintoresco
de los trajes y por el gran número de nuevos ricos indianos, fue
en la zona oriental de Asturias. De este modo aparece lo que hoy se conocen
como trajes de “Aldeana” y “Porruano”.
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